3 marzo, 2011

¡Ladran, Sancho! Señal que cabalgamos…

Pocas veces fue tan clara la contienda electoral, aún sin candidatos definidos en el abanico de partidos políticos que buscan un lugar en las presidencia­les o en las provinciales y legisla­tivas.
Como lo venimos haciendo en co­lumnas anteriores, hablaremos de modelos político-económicos en­frentados. En estas votaciones lo que está en juego es la continuidad del modelo nacional y popular en­carnado por Cristina Kirchner, que es cauta en decidir su candidatura, aunque sea un secreto a voces.

Pocas veces fue tan clara la contienda electoral, aún sin candidatos definidos en el abanico de partidos políticos que buscan un lugar en las presidencia­les o en las provinciales y legisla­tivas.

Como lo venimos haciendo en co­lumnas anteriores, hablaremos de modelos político-económicos en­frentados. En estas votaciones lo que está en juego es la continuidad del modelo nacional y popular en­carnado por Cristina Kirchner, que es cauta en decidir su candidatura, aunque sea un secreto a voces.

La pregunta de Perogrullo es: ¿a qué otro modelo podría apoyar el grue­so del movimiento obrero que al Nacional y Popular instituido por el kirchnerismo? Claro está. Nosotros defendemos a los trabajadores, te­nemos la representación que ellos nos dan con su voto de confianza y, por lo tanto, la responsabilidad de “elegir” y comulgar con quienes defienden con su ideología y su ac­ción a los que menos tienen, a los humildes, a los que Evita nombró descamisados y hoy Cristina llama hermanos y hermanas de la Patria.

El corolario también es obvio. Los detractores de este modelo, e im­pulsores de otro en las antípodas, están decididos a ensuciar a toda costa al principal sostén de la ges­tión de gobierno: el movimiento obrero y sus dirigentes.
El ataque llega por varios ángulos. En un principio se llenan la boca hablando de dinosaurios sindica­les, pero jamás cuestionan a direc­tivos enquistados en el poder en las cámaras empresarias, en gran­des empresas, en los medios de co­municación monopólicos ni hasta la propia Iglesia, cuando desde el Papa hasta los obispos están casi una vida dirigiendo las institucio­nes eclesiásticas.

Luego van al corazón mismo de las organizaciones sindicales y cuestio­nan las movilizaciones y paros gre­miales, buscando –también a través de la prensa cómplice- desmerecer las acciones de fuerza que son una instancia legítima de lucha y prome­tiendo que en caso de ser gobierno limitarán esta modalidad de recla­mo. Lo que no dicen es que los pa­ros y las movilizaciones que suelen acompañarlos son la instancia ex­trema a la que llegamos cuando las demandas están lejos de ser escu­chadas por los sectores patronales.

No conformes con la crítica a la lu­cha en la calle, nos acusan de im­pulsar la inflación con las discusio­nes paritarias –instancia democráti­ca que reabrió la gestión Kirchner. Omiten decir que los que elevan la inflación son los formadores de precios, un puñado de empresas codiciosas que monopolizan los sectores de actividad, con el único fin de aumentar sus ya abultadas ganancias. Escuché decir en un in­forme de periodistas que por cierto no pertenecen al establishment, al referirse a las críticas sobre el “so­bredimensionado” poder que tiene el secretario general de la CGT, Hugo Moyano: Si medimos por la capacidad de daño, hace más daño un formador de precios que un di­rigente sindical como Hugo Moya­no. El tema es que nadie conoce el nombre de estos empresarios que inflan los precios, mientras que Moyano está más expuesto a la luz pública, no casualmente, al quedar en la mira de los “grandes” medios de comunicación.

El ataque directo al gobierno de cara a las elecciones es también multifo­cal. Además de querer menoscabar la fuerza de Cristina Kirchner usan­do su condición de viuda, arreme­ten con que el padre del modelo era Kirchner, con el fin de restarle a la Presidenta capacidad para su continuidad. Los hechos muestran otra cosa. Su gestión, aún después de la muerte de Néstor, fue más que una prolongación, fue la pro­fundización del modelo de justa distribución de la riqueza, de recu­peración de valores y de desarro­llo social, económico y productivo. Por eso no habrá espacio que dejen sin manchar los opositores a este modelo que ha parido una nueva Argentina. Es más fácil manipular a la opinión pública apuntando los cañones a cada acción o política de gobierno, sus funcionarios o a los sectores que lo sostienen, que desplegar una campaña proactiva, con proyectos y políticas con las que planean gobernar. Es más fácil pegar a la gestión, que hacer una campaña limpia.

Eso sí, en lo político, y apenas co­menzado un año legislativo que reflejará claramente la puja parti­daria, los sostenedores de aquel otro modelo, el de exclusión, des­ocupación, sometimiento y explo­tación, critican la estrategia de las listas colectoras para la elección nacional en la provincia de Buenos Aires, con el fin de tensar la rela­ción lógica con los intendentes del conurbano, para evitar que otras fuerzas partidarias -peronistas o no- que creen en el modelo kirch­nerista puedan llevar a Cristina a la reelección. Saben que la provincia de Buenos Aires puede definir la elección y en primera vuelta.

Es parte de la democracia electoral la lucha por los cargos en las listas, más allá de cómo se diriman inter­namente en cada partido. Por eso hacen caldo gordo cuando se trata de sus propios espacios y ponen en la mira a los que están enfren­te. Ven la paja en el ojo ajeno, pero niegan la paja en el propio.

A pesar de este escenario, nuestra visión es positiva. Sabemos que el modelo nacional y popular tendrá continuidad y, con el tiempo y más gestión, con la consolidación que le dará un nuevo mandato, se exten­derá como reguero de pólvora para estallar en las manos de los de­tractores del modelo. Los mismos que, al no poder explicitar las ape­tencias o el sectarismo con el que pretenden gobernar, lo único que propician es descalificar la gestión de gobierno y demonizar a su gran sostén: el sindicalismo nacional.

Por eso, vale repetir: ¡Ladran, San­cho! Señal que cabalgamos… hacia el triunfo.

Por Roque Garzón

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