La historia de nuestro país jamás fue sencilla para el movimiento obrero. Si bien existió un puñado de etapas favorables que ampliaron o instauraron un profuso corpus de leyes laborales, a la vez que les otorgaron a las organizaciones sindicales un lugar central, surgieron periodos en que muchas de esas conquistas fueron atacadas y cercenadas por gobiernos antiobreros, que al mismo tiempo apuntaron contra el sindicalismo de distintas maneras.
En ese vaivén de los tiempos, el peor de los drenajes lo vivieron las familias trabajadoras y los grupos más vulnerables de la población, como el de los jubilados y los sectores sociales más bajos. Pero el sindicalismo tuvo que reinventarse para poder sobrevivir.
Lamentablemente, esta es una historia repetida. La política antipopular, que milita en las grandes ligas del poder económico, siempre tuvo en claro que la mejor manera de ir por todo era desmembrando al sindicalismo. Hacerle mala prensa es una de las formas con la que ensucian al sector gremial en su conjunto. Fácilmente usan la figura retórica de la sinécdoque (la parte por el todo) para apuntar al sindicalismo en forma colectiva cuando existen denuncias o situaciones dudosas sobre un dirigente puntual… Trabajan así en el inconsciente colectivo de la población para buscar la desafiliación de los trabajadores de sus organizaciones sindicales y generar un rumrum en la sociedad que potencie esa opinión negativa. Así les será más fácil sacar ventaja sobre el trabajador solo.
De allí se agarran los gobiernos antipopulares, los referentes políticos de la derecha neoliberal y los pseudo empresarios, que prefieren jugar a la timba financiera y ajustar por el lado de los trabajadores/ciudadanos, en lugar de poner a girar la rueda virtuosa del bienestar general.
Son tiempos en los que se busca reinstalar el “pensamiento único”, el individualismo extremo, la política del sálvese quien pueda y del ajuste permanente.
Contra ese manejo que retuerce y enrosca a los que menos posibilidad tienen de salir adelante, surgimos las organizaciones sindicales como garantes del cumplimiento de los derechos conquistados, pero también como custodios de aquella legislación laboral formidable que propugnamos y logramos durante gobiernos verdaderamente populares.
Contra el egoísmo, ponemos en práctica la solidaridad, contra el individualismo lo colectivo, contra la mentira y la falsa acusación, la verdad y la dignidad humana.
En el presente, quizás más que nunca antes en estos 36 años de democracia, debemos enfocarnos en fortalecer las instituciones que conducimos, porque son los reductos donde aún subsiste la empatía con el prójimo, se derraman las conquistas obtenidas al conjunto, se trabaja sin pausa por la mejora permanente de la calidad de vida de la población trabajadora, y asimismo por los grupos más necesitados. El bienestar social es nuestro norte, y nuestra mayor herramienta es la experiencia como dirigentes, la formación de los nuevos cuadros gremiales que sostendrán las organizaciones y los valores humanos que nos llevaron a seguir esta vocación de servir a los otros.
La causa de los trabajadores es el camino que proseguimos cada día, sin desmayos ni bajezas. No importa lo que digan los diarios, las corporaciones y la mala política.
Claro está que aún nos resta potenciar la unidad en la lucha, avanzar en la faz política porque somos actores sociales trascendentes, y estar mucho más cerca de los trabajadores. Son tiempos aciagos que necesitan de nuestra entrega decidida, sin medias tintas, hacia la ciudadanía en general.
Por eso, necesitamos volver a las fuentes, repasar nuestros inicios, abundar en el devenir del sindicalismo, acunar todo aquello que logramos en el presente histórico, y buscar las nuevas herramientas al servicio de la lucha ferviente que nos toca encarar para forjar un país que tenga futuro. Jamás nos rendiremos.
Sigamos adelante, dejemos de lado las diferencias y vayamos por lo que nuestro pueblo se merece. Una vida digna en un país con verdadera justicia social.
Por Roque Garzón