Los tiempos y circunstancias actuales imponen a las organizaciones sindicales exigencias cada vez más complejas para cumplir sus funciones con la eficacia que las mismas requieren.
Los cambios y transformaciones impuestas por la globalización, o según algunos pensadores la mundialización del poder, han impactado en el mundo del trabajo de manera muy significativa, creando condiciones que afectan al empleo, a los trabajadores y a sus aspiraciones de ascenso social.
En nuestro país, el neoliberalismo y sus políticas en lo económico, social y cultural profundizaron la desigualdad social, acrecentando la exclusión y la marginalidad, como consecuencia del desempleo y los bajos salarios. Esto es el resultado de su concepción que considera al trabajo como mercancía y a las relaciones laborales una transacción sujeta a leyes de la oferta y la demanda.
Esto reafirma además la lógica del capitalismo, que solo reconoce a los propietarios de los medios de producción y de servicios la exclusiva y libre disposición de la ganancia, y por lo tanto busca neutralizar la lucha de los trabajadores en procura de un equitativo reparto de la renta que generan con su esfuerzo, cerrando todas las vías que pudieran llevarlos a una justa redistribución de la riqueza.
En tanto la redistribución de la riqueza es una cuestión de políticas de Estado y de acciones de los gobiernos, el sindicalismo tiene el derecho y la obligación de promover y reclamar que el funcionamiento de la economía reconozca nuevos paradigmas, principalmente el de la Justicia Social.
Para ello debe ser protagonista activo y asumirse como agente de cambios, en el ámbito de las instituciones del Estado, frente a los factores de poder y en todo lugar y situación. De esta forma superará su función meramente reivindicativa, para participar de las decisiones sobre el país y la sociedad a construir, de acuerdo al proyecto histórico de los trabajadores.
Las referencias descriptas contextualizan el motivo de esta nota, puesto que para lograr los objetivos citados es necesario que la organización sindical cuente con cuadros plenamente capacitados con sólidos fundamentos en lo político, lo social y lo económico y lo cultural.
En ese horizonte aparece con toda nitidez la necesidad de la formación sindical, entendida, asumida y concretada como un imperativo insoslayable para la responsabilidad de sus dirigentes.
En ese sentido cabe destacar que los trabajadores adquieren, en sus vivencias como personas y como protagonistas del mundo del trabajo, una formación natural, es decir que cada quién cuenta con un bagaje sociocultural básico para la militancia sindical, que, viene al caso señalar, es su praxis social por excelencia.
En el caso de los dirigentes sindicales, esa condición natural puede y debe desarrollarse aún más, metódica y sostenidamente, ampliando y profundizando el universo de sus conocimientos, con el fin de alcanzar un nivel de conciencia crítica que le permita resolver acontecimientos y situaciones tanto cotidianas como las que afronte de manera excepcional.
Se observa claramente que es indispensable y urgente perfeccionar conocimientos y prácticas ya adquiridas, sumar nuevos métodos para la acción y la conducción sindical, investigar sobre los comportamientos sociales, saber más sobre el intrincado mundo de la economía -para interpretarla lúcidamente y poder elaborar una opinión- y profundizar sobre las múltiples formas en las que se expresa la política.
Todo ello y otras cuestiones que potencian el protagonismo personal de los dirigentes y fortalecen la organización sindical, es posible lograrlas con una formación con métodos y contenidos que tomen en cuenta conceptos de la educación para liberación, y los principios y valores del Movimiento Obrero Organizado y la concepción antropocéntrica del trabajo y la economía.
En ese sentido FATFA tiene ya un largo camino recorrido y la convicción de que la formación sindical es una importante herramienta para capacitar a sus cuadros, profundizar la unidad de concepción de sus dirigentes y militantes, y reforzar la coherencia con su historia, para garantizar el presente y el futuro de su Proyecto Federal.
“Las organizaciones sindicales no valen tanto por el número de afiliados, sino por la calidad de sus dirigentes”. Son palabras del General Juan Domingo Perón, en el año l973.
Esa calidad del dirigente se refiere hoy a sus condiciones de conductor estratégico y político, su capacidad para interpretar correctamente la realidad y de analizar y descifrar sus mensajes y señales con visión de futuro, así como una prédica permanente sobre los valores trascendentes del sindicalismo y de su compromiso no solo con los trabajadores, sino también con la sociedad.
Esa calidad, esas condiciones, son fruto de un proceso continuo y sistemático que requiere voluntad personal y vocación de construcción colectiva de la formación que debe darse en la perspectiva de saber más para ser más. Es decir que no es la simple acumulación de saberes para ser un experto en teoría sindical o un profesional de carrera. Es la capacitación para desempeñarse como protagonista de la acción sindical en todos los terrenos y circunstancias, guiado por los conocimientos adquiridos, por sus convicciones personales y como un cuadro de la organización sindical.
Sintetizando: Hoy un cúmulo de circunstancias plantean al Movimiento Obrero Organizado, y a las organizaciones sindicales que lo integran, exigencias y desafíos que son una verdadera interpelación como sujeto social.
Por lo tanto, o compone el lote de los que conducen, desde el sector público y privado, el proceso de desarrollo del país, que incluye a la sociedad en su conjunto, o es el eterno convidado de piedra condenado a lamentarse o protestar.
La respuesta es obvia, debe estar entre los que conducen. Por eso la formación sindical, que nutre e inspira, que potencia condiciones existentes, que agrega valores trascendentes, es un imperativo para la organización sindical y para sus dirigentes.
Manuel Reyes
ex secretario general de FATFA