Este 10 de diciembre se cumplen 38 años del retorno a la democracia en nuestro país.
El camino que nos permitió recuperarla fue extenso y difícil porque se llevó a 30 mil argentinos que pagaron con su vida el desembarco de una dictadura militar que llegó al poder de manos de un sector de la civilidad que vio allí la oportunidad de sacar ventajas, aún a costa del pueblo.
Aquel gobierno de facto, responsable de la persecución, detención, tortura y muerte de personas, atentó también contra la producción y el trabajo nacional, entregó al país a la patria financiera y a las multinacionales, y fue protagonista de la mayor deuda externa alcanzada hasta entonces por la Argentina, que otros gobiernos repitieron en el tiempo generando la debacle persistente de nuestra economía, y poniéndole freno al desarrollo.
En esta fecha tan sentida para todos, como es el Día de la Democracia, recordemos que aquellos civiles que golpearon la puerta de los cuarteles, siguen agazapados ahora enquistados en un poder político económico que tiñe de bondad a los entregadores de la Nación. Hoy las dictaduras, como se observa especialmente en la región latinoamericana, ya no se caracterizan por la violencia institucional, sino por una persecución mediática y judicial a los gobiernos populares, la que puede destronar por igual las posibilidades de alcanzar una democracia plena con eje en el bienestar de los habitantes.
El sistema de opresión internacional sobre los países del continente sur va por la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Para eso cuentan con los serviles vendepatria, como diría Perón, de ayer, de hoy y de siempre.
Las consecuencias de esa dominación han sido nefastas para el país, al entrar en crisis cíclicas que desandan las sendas de crecimiento nacional. Los trabajadores han sufrido en carne propia el avance de los gobiernos antipopulares -militares y civiles-, con el retroceso de derechos laborales, sociales y económicos, el desempleo y la falta de oportunidades para un futuro promisorio.
Hoy estamos asistiendo al planteo de una encrucijada por parte de quienes no les interesa la patria y el pueblo, sino solo sus intereses mezquinos. La historia nos dice que no existe tal dilema y que no debemos dejarnos llevar por los espejitos de colores de los neocolonizadores disfrazados de buenos y exitosos ciudadanos.
El movimiento obrero, que resistió con fuerza inagotable los gobiernos de facto y al neoliberalismo antinacional, es clave para la defensa permanente de la democracia que supimos conseguir hace tan solo 38 años. Fuimos protagonistas de su recuperación, y hoy somos garantes de su sostenimiento.